Wednesday, September 3, 2025

A NINGUN SITIO (SELECCIONES)

A NINGUN SITIO (POSTMOFOBIA)

ÍNDICE




POSTMOFOBIA



Si en ejercicio
de su derecho
autodestructivo 
e inalienable,
la mayoría decide
que la llamada democracia,
también conocida pomposamente
como gobierno de la mayoría,
ha dejado de ser preferible
a la no democracia,
¿no sería acaso 
esa, su más 
que antidemocrática 
y fatídica decisión
una decisión 
inciertamente
democrática?

Oops…
Ciertamente es un riesgo.
Los cambios demográficos importan.
La erosión de una idea también.

Lo pregunto,
me lo pregunto
porque la idea del gobierno
de la gente,
por la gente
y para la gente
no fue creada por un dios,
fue resultado de mucha sangre,
ríos de sangre,
guillotinas de sangre.
No responde,
en modo alguno,
a un instinto de las masas.
Tal vez esto,
que hoy pueda parecer un absurdo,
impensable,
inconcebible,
sea el futuro resultado
de un presente
que ayer
tan solo ayer
nos hubiera parecido
no menos absurdo,
impensable,
inconcebible.

Y, mientras tanto,
nos hablan
y escuchamos
lobotomizados,
afásicos
hasta la mierdula
de tanta social media.
Nos dicen,
por ejemplo,
que la democracia no es perfecta,
pero que es 
la menos mala
de todas las opciones
y dicen los que definen,
los que cortan el bacalao,
los amos de nuestro mundo,
que la democracia es esto,
es aquello,
es lo otro,
y lo de más allá.
Dicen tambien
como no podía ser menos,
que aquello que no les guste
es un peligro,
no para ellos, que conste,
sino un peligro para eso
lo que sea que ellos llamen 
democracia.

Es una hermosa idea.
Vive y muere
en la boca de todos.
Ocurre 
con las palabras
cuando devienen absolutos 
consensuados.
Se las usa
de un modo casi universal.
O, mejor,
nadie se atreve
a no usarlas.

Y es que 
se puede recitar
un poema de amor a la democracia
mientras se la destruye;
se la puede desvirtuar,
deconstruir la democracia,
desdemocratizarla,
convertirla en un nombre 
vacío y altisonante 
de diez letras.

Imagina una cebolla
a la que empiezas a quitar
una a una sus capas.
Cuando termines de hacerlo,
¿podrás seguir hablando aún 
de una cebolla
si solo existe
como ausencia
en ese vacío
de esa mano
donde una vez estuvo?

Pienso en eso
y en la cínica frase de Erdogan
sobre aquel tren
del que uno debe apearse
al llegar a su destino.

¿En qué momento
deja una democracia
de ser democracia?
¿Estaremos viajando aún
en ese tren
o lo habremos perdido
y viajamos,
por el contrario,
en una simulación del multiverso?
@


«Honrarás a tu padre
y a tu madre.»
—Éxodo 20:12—

Engendrado
en el cínico hastío
de los cafés parisinos,
donde filósofos decadentes
sueñan reestructurar el mundo
a imagen y semejanza
de su propia podredumbre,
fue concebida esta criatura
dada a luz
en el inmundo pesebre
de las universidades yanquis.

Apadrinada
por intereses
de las grandes finanzas,
utopistas eugenésicos
y filántropos millonarios,
fue bautizada esta criatura
hoy ya crecida.
En su franquicia
de victimidades lacrimosas
y diversidades esponsoreadas,
replicadas,
maximizadas al infinito,
todos tienen cabida.
Todos, 
menos esa 
extraña figura
que llaman heteropatriarcado.
Curioso eufemismo
para referirse
al padre de familia,
rezago y recordatorio
de tantos y tantos siglos
de prepostmodernismo.

Siempre hará falta
un enemigo.

Él es el culpable —dicen—
de todos los males
habidos y por haber.
Cuando desaparezca —insisten—
ya no habrá más injusticias
en el mundo.
Cuando desaparezca —y esto,
por supuesto, no lo dicen—
ya no habrá mundo
tal y como
alguna vez
lo conocimos.
@


«History is not there
for you to like or dislike.
It is there
for you to learn from.
And if it offends you,
even better.
Because then you are less likely
to repeat it.
It's not yours to erase.
It belongs to all of us!»
—Allen West—

A mi pequeña hija
le han dicho en la escuela:
«la gente blanca
ha hecho mucho, muchísimo daño
a la gente negra».

Intentamos explicarle
que eso ocurrió en el pasado,
que hay gente buena,
que hay gente mala,
que hay gente regular,
no solo entre blancos o negros,
sino entre todas 
las personas,
todas las razas,
todos los seres humanos.
Ella se nos quedó mirando
sin comprender mucho.
Obviamente,
no tiene la edad para entender.

El mal está hecho.
Nuestra criatura
ya tuvo que aprender
por boca de su maestra
lo que puede aprender
con esa edad.
Resumámoslo así:
TODOS los blancos
son malos y opresores,
TODOS los negros
son buenos y víctimas.
No culpo a la maestra,
ella solo repite
lo que el gobierno exige que repita
si es que quiere trabajar de profesora.

Y sí,
las mismas autoridades
que tanto se desgañitan
declamando sobre el abuso infantil
pueden llegar a abusar
mentalmente de los niños.
Y sí,
es mucha verdad
todo eso que pueda hablarse
de los horrores
en la trata de esclavos,
pero decir solo una parte de esa verdad
equivale a decir una mentira.
Y sí,
es cierto que los pueblos europeos
aprovecharon la esclavitud
de la raza africana,
inicialmente establecida
por sus mismísimos reyes
con el fin de mantener
a los invasores árabes
contentos y lejos.
Y sí,
es cierto que el comercio triangular
magnificó la tragedia
de esos hombres encadenados
y que su sangre
fue el combustible
para la inmensa maquinaria del capitalismo.
Y sí,
no deja de ser cierto
que el negro como tal
es una abstracción del hombre blanco
al que solo el cautiverio
hizo hermano del otro.

No puedes culpar
a los reyes africanos
por hacerse la guerra unos a otros
y llevar a los cautivos hasta la costa
con el fin de cambiarlos
por otro tipo de mercancía.
En su mundo,
esas eran las únicas reglas posibles:
cazar o ser cazado.
Los mismos que vendían esclavos
terminaban por ser vendidos
si resultaban derrotados
en la siguiente guerra.
El revisionismo histórico
puede llegar a resultar contraproducente.
Al socialismo corporativo,
también llamado capitalismo filantropista,
los negros le importan tanto
como le importan las mujeres,
como le importan los gays,
como le importan los inmigrantes.
Es decir,
no les importan como personas,
sino como esa masa
moldeable y manipulable
que sirva de bandera
en los disturbios
cuyas causas ellos mismos promueven.
Les importan como víctimas perpetuas
de cuya urgente redención
aparecer como arcángeles justicieros.
Les importan como clientes,
como hashtag,
como coartada.

Así funciona el zoológico humanista.

Todo este simulacro
de justicia retrospectiva
que sufrimos
deja mucho,
pero muchísimo,
que desear.
No se eliminará el racismo
hasta que dos personas
puedan sentarse a hablar
sin que el color de su piel
sea un problema,
alguien lo ha dicho
y tiene toda la razón
pero está claro
que al menos eso
no se logra por decreto;
más bien
se logra todo lo contrario.

Con la excusa
de eliminar el racismo,
la corrección política
parece alimentarlo al infinito.
@


Ya lo viste antes.

El acaparamiento
en situaciones de crisis
es un instinto humano,
demasiado humano.

Ya lo viviste antes,
no deja de ser cierto
que la tinta de imprenta
en una publicación
puede llegar a ser
(si bien algo,
digamos, heterodoxo)
otro modo
de inculcar
en las masas
la cultura.

Paciencia.

Nada se va a arreglar,
paciencia
(el mundo que conoces
se está reinventando),
paciencia
porque al menos
(y con un poco de suerte)
volverás a abrazar
a tus hijitos.
@


Todavía puedo recordar
que, siendo niño,
viajaba en tren
sin un adulto
y eso no era un problema.

No conozco a ningún padre
que hoy en día
pueda dejar a sus hijos
sin cuidado
en la esquina de su casa.

En mi tiempo de vida
he podido ver,
sucesivamente,
el colapso del imperio soviético,
el deterioro del sueño canadiense,
la destrucción del modelo español.
Me falta por ver
el final del imperio americano.

No soy uno de estos intelectuales
que se masturban con el caos
y se imaginan
que el mundo
puede ser 
deconstruido
una vez y otra vez
sin afectarles.

Trabajo de operario,
nadie paga mis facturas
y me cago en la madre
de la Escuela de Frankfurt.
@


Tóxico.
Soy un hombre tóxico.
Lo tengo como orgullo
en un mundo
tan trivial
como pendejo.

Creo
en la amistad
y en el amor.
Me importo con la gente.
No fluyo.
No soy ligero.
No me percibo
como otra cosa
que lo que he sido,
soy un hombre,
y vivo
en un mundo
digital
de ceros y de unos,
de me gusta y corazoncitos
pero el mío
sigue aún y seguirá
latiendo
en su modo
analogico.

Estoy
hasta la madre
de pleases y de thank you-s,
de eufemismos,
mentiras
e ingenieria social.
No quiero
ver el futuro,
ya he visto bastante.
Seré feliz
de no ver más
de eso que tengan
asignado para mi
las muy cabronas parcas.
Moriré
y todo el que me recuerde
ha de morir poco despues.
El tiempo es relativo
y no hará gran diferencia.

Los millenials
heredarán la tierra.
@


Un prójimo
se encuentra en tu camino.
Lo miras
y él te mira.

Tu boca y nariz
se encuentran libres
del infame barbijo,
aunque, en modo profiláctico,
lo mantengas aún colocado
por debajo de la línea del mentón.

Tu prójimo,
en cambio,
esa persona frente a ti,
no solo hace gala de un barbijo:
tiene, incluso,
para mayor gloria del virus
unas gafas protectoras
y, por encima de todo 
este conjunto de atuendos,
lleva una lámina
de plástico acorazado y transparente
similar a la sección antimotines
de cualquier institución 
represiva
en nuestro bello mundo 
poscovidiano.
Así lo han nombrado
esos mismísimos medios
de desinformación masiva
que han trabajado tanto,
pero tanto,
por mantenernos 
en vilo
día tras día
y en estado 
de pánico perpetuo.
Ya nos dieron permiso
de habitar
esta flamante distopía.

¡Disfrutemos!

Si nos portamos bien
todo habrá de volver
a ser como era antes.

Bueno… no del todo.

Tu prójimo
nunca se quitará
el barbijo,
ni las gafas,
ni la lámina de plástico.
Será enterrado
con ellos
cuando muera
en la próxima pandemia.
@


Persona menstruante,
vaginopropietaria:

déjame acercarme,
como quien 
no quiere la cosa,
a tu corporalidad,
en tanto definición aceptable
para el constructo societal
y cultural hegemónico 
actualmente vigente,
aunque incompleta, eso sí,
de esa otredad insuficientemente definida
como lo femenino
por un falso consenso 
anquilosado
por fuerza
desde la verticalidad más arbitraria
y solo posible
desde 
la imposición heteronormativa
con el muy concreto fin
de recontra-dinamitarle 
horizontalmente,
o al menos
deconstruirle
en sus mismísimos cimientos
de una vez y por todas
y a través de un discurso
que no excluya
la praxis lúdica
de esta mismicidad orgánica
a la que busco sumarte,
asumiendo muy a priori
mi condición
de persona 
falopropietaria eyaculante,
y en consideración 
muy a posteriori
de que cumples
con todos los requisitos
que precisa una persona somática
aspirante a la categoría 
falousufructuaria
para formar,
o mejor,
conformar
una nosotricidad más incluyente,
más sostenible,
más inclusiva
y un mundo mejor
con todos,
con todas
y para el bien
de todes.
@


Una especie de ídolo de barro ha creado
y, sumiso ante él, se postra.

A ese ídolo lo llama tolerancia.

—Todos los males de nuestro mundo
han sido y son resultado de su ausencia—,
afirma con desenfado.

¡Viva, viva la tolerancia!

Así pues,
con el fin de ser virtuoso
hará falta aceptar todo y sonreír.

Tal es el credo 
del hombre postmoderno.
Observa complacido y orgulloso
a su ídolo de barro.

A imagen suya y semejanza lo ha creado.
@


No me acuerdo de esa primera vez
que oí tu nombre, libertad.

Habrá sido quizá por aquel tiempo
en que inocente portaba 
alrededor del cuello
una azul pañoleta
y juraba, como todos,
ser para ese futuro 
perfecto
(perfecto como solo 
puede serlo un espejismo)
réplica exacta 
de un guerrillero muerto 
en medio de la nada.

Tu nombre siempre estuvo unido
a la emoción con que mi abuelo me hablaba de su padre,
a todos esos relatos de los héroes
a los que un niño siempre sueña parecerse.

Como en ese famoso cuadro
donde guías al pueblo 
en barricadas de la ira,
así te vislumbraba quien yo era,
tan nítida y errónea 
como un recuerdo implantado:
una mujer terrible 
con los pechos al aire,
la cabellera ondeando 
como hermosa bandera
para alzar al que sufre 
y saciar al hambriento.

Libertad,
ese hermoso momento de redención
donde el esclavo se arranca sus cadenas.

Los poetas y cantautores hablaban de ti
en sus hermosas letras de glorias 
y porvenires indemostrables.

Fuimos educados en la idea
de que la vida solo tenía sentido
si se moría por ti.
Los que murieron en África
o en cualquiera de las guerras proxies
peleadas por y para los soviéticos,
los que han muerto en el mar
surcando el golfo de la desesperación
y han sido pasto 
de tiburones,
todos creían morir por ti.

Revisitando nuestra historia 
como país
a la deriva 
entre ambiciones de imperios,
no deja de asombrarme
y, muy a pesar de todo 
mi escepticismo,
ese amor loco que los cubanos te profesamos.

Por eso, la pregunta más jodida viene a ser:
¿Quién carajo eres tú, Libertad?

Hablamos todos de ti
y, claro, te invocamos sin cesar
como si fuese de la misma mujer que hablásemos,
sin percatarnos de que al final
ni siquiera estamos claros
de qué hablamos al hablar de ti.

Libertad,
intento recordar qué sentía yo 
al oír tu nombre
hoy, cuando 
ni siquiera 
estoy seguro
de que existas
o de que hayas existido 
alguna vez
como algo más que una figura
de la más vulgar retórica
para enviar a la gente al matadero.

Libertad,
eres solo una palabra 
de ocho letras
y un pasaporte.
@


No se trata de que tal o más cual líder,
por llamarle de algún modo,
sea un estúpido en sí mismo.

Se trata de que las masas
a las que ese susodicho líder representa
son cada vez,
y de un modo 
aterradoramente exponencial,
más estúpidas.

Eso.

Respuestas simples a problemas complejos.

Halagar los instintos de las masas.
Halagarlos hasta el punto
de que crean que es su voto o su sangre 
lo que cuenta.
Izquierda y derecha son lo mismo en este punto.

Una y otra simplemente 
se retroalimentan.

Triste.

Cuando llegas a entender esto,
es muy difícil mirar el futuro 
con algo de esperanza.
@


No me molestaré cuando,
al hablarme,
en vez de utilizar el masculino,
el genérico masculino de nuestro idioma,
utilices ese imposible, artificioso 
y artificial sonido del arroba,
esa letra 
tan elocuente,
tal vez la equis,
para expresar un elusivo,
un aséptico neutro,
equis distante neutro
que, incluyendo a la a, no sea la a,
que, incluyendo a la o, no sea la o,
que, incluyendo a la madre y al padre de los míticos tomates,
no sea ni el padre ni la madre
y ni siquiera un tomate.

Lo prometo.

Escucharé estoicamente
y trataré de responder usando 
una, usando otra 
vocal,
de acuerdo a eso que mi 
muy limitada inteligencia 
me sugiera.

Lo prometo.

Y sí,
definitivamente,
las universidades y el 
aburrimiento 
hacen más daño que las bombas atómicas.
@


Entendí de una vez
(si es que aún tenía dudas)
que todo lo que creía saber 
sobre el orden del mundo
no servía para nada.

Esa turbia religión disfrazada de ciencia
en la que hasta ese entonces 
había creído
estaba muerta para mí,
sin que por eso mi urgente necesidad 
de creer en algo
hubiese dejado 
de respirar a través mío.
Esa, mi sed de idealismo,
necesitaba compensarse
ante la falta de sentido en el mundo que vivía
y, en consecuencia y paulatinamente,
a través de los años,
he trasladado mi entusiasmo
a sucesivas deidades, 
suplementos de fe, 
tranquilizantes ideológicos, 
ídolos de barro.

No me excuso por ello.

Solo soy un ser humano,
aunque, a decir verdad, en la era digital
no seamos más que ceros 
inhumanos y unos 
(eso sí)
con ausencia de los otros.

La gente siempre dice que busca una razón para vivir.

No es la verdad.

Buscamos una razón para morir.

Tenemos miedo a la muerte,
como se teme a la noche,
como se teme a lo oscuro,
y ese miedo se burla de nosotros
todo el tiempo que negamos que él existe.

Ha sido un largo camino
hasta no creer en nada
más allá del amor de mis hijos.
@


Dicen que ha vuelto el marxismo.

Lo proclaman jubilosos
los mismos medios de confusión masiva
que más preocupados debían estar.

Ese orden mundial
que se ha venido gestando con discursitos de esperanza
tan políticamente correctos
ya logró domesticar 
una versión de eso que llaman marxismo,
esa especie de cadáver insepulto
y maquillado con colores 
de pastel
y exabruptos controlados 
y subvencionados
es totalmente instrumental para el poder.

Marxistas de toda la vida se miran desconcertados
(aquellos lo suficientemente inteligentes 
como para percatarse de que algo 
no está del todo bien en el guion).
No pueden ni siquiera protestar,
el malvado capitalismo les quitó todo argumento
y ahora habla a través de ellos 
como un ventrílocuo.
Un algo demasiado parecido 
a aquella conversión 
del siglo tercero
de la era cristiana.

Tan peligroso como 
un peo en el viento.

O sea, tienen razón los que lo dicen,
pero no, y esto es lo más 
irónico,
del modo que creen y dicen.
En otras palabras, 
ese muerto no muerto
con tan buena salud
es la coartada 
del nuevo orden mundial.
@


En algún punto de mi lejana infancia
encontré a Marx,
y a su más que inseparable amigo
trabajando juntos la edición 
de alguna obra trascendente 
para el progreso humano.
Siempre sentado en esta imagen
que nutrió mis falsas 
certezas ideo-ilógicas,
su barba hirsuta,
el ceño fruncido,
como no podía ser menos,
en aquel que devela las raíces 
del sufrimiento humano
y brinda su remedio,
cual fuego arrebatado 
a los dioses por aquel 
titán llamado Prometeo
a quien gustaba 
le comparasen, según dicen.
A su lado, 
un Engels de barba 
algo más disciplinada
mira absorto la belleza incendiaria 
de eso que ha escrito su amigo,
cuyo hijo bastardo hará pasar por suyo 
para salvar las apariencias,
porque está bien 
eso de ser un comunista,
pero no hay que exagerar.

Así los recuerdo en el grabado 
reeditado hasta la náusea
por el abracadante aparato 
de propaganda soviética.
Marx nunca tuvo la culpa 
de lo que hicieran los otros 
con sus ideas, nos dijeron 
tantas veces.

Marx nunca.

No llegaba a los veinte
cuando el muro cayó por su propio peso,
ayudado, claro está, 
por el esfuerzo humano.
Las estatuas de este par de intelectuales
se salvaron de un tilín.
Mucho se ha escrito al respecto
y tengo poco por decir que ya no se haya dicho.
Lo que sí resulta claro
es que no significó 
en modo alguno el fin de la historia
y mucho menos el fin de la histeria de la historia.

Hay un poco de Marx en cada intelectual.

¿Cuál de nosotros no sueña 
con rascarse los huevos irreverente
ante las buenas maneras
y despotricar un poco 
de este mundo tan injusto?

Ese es el Marx que no muere.
El arquetipo.
El parásito social,
el genio incapaz de trabajar con sus manos,
con cara de enojo perpetuo,
mantenido 
por su mujer y por su amigo,
vomitando 
su evangelio del odio
y regalándonos 
certezas en un mundo caótico,
el Marx que nos permite creernos superiores
a aquellos que no sean 
capaces de leerse 
El Capital enterito
para poder verificar 
cuánto hay de cierto
en eso que dicen de que él 
ya lo predijo.
@


Cincuenta y cinco tomos
bellamente encuadernados
por la extinta y nunca bien ponderada 
editorial Progreso de Moscú.

Recuerdo la calidad de sus hojas,
seguramente pulpa de algún árbol de Siberia.
Un lustroso papel blanco 
con un gramaje exquisito,
y cubriendo 
cada una de las ilustraciones,
otra finísima hoja, 
como de seda, 
diría yo,
transparente y algo
materialista histérica 
como esa misma 
noción prepostmoderna del progreso 
a quien debía su nombre la editorial.

Yo crecí en la convicción
de que ese hombre,
aunque Dios no existiera,
era lo más parecido.
Lenin tomó su nombre 
de un río más allá de los Urales.
Los poetas le dedicaron poemas.
Los cantores le dedicaban canciones.
Ese hombre que nunca cedió 
al instinto reproductivo,
que toleró a su mujer y amó a sus gatos,
es el padre, sin embargo, putativo
atribuible, es decir, a millones 
y millones de vástagos
horfanados, engendrados 
por obra y gracia 
de un espejismo distópico.
Incapaces de entender
o al menos digerir la realidad,
esperan el regreso de un mesías,
otro mesías, de sangre y barro,
aunque no tenga la hoz 
y aunque le falte el martillo.

Esperan.

Hice todo lo posible 
por deshacerme de ellos (los libros).
Finalmente, un marxista catalán, amigo de un amigo,
se los llevó de mi vista 
(confíe en que para siempre).

Cincuenta y cinco tomos
que pesaban un cojón.
@


Nada tiene que ver con el pequeño 
negocio del tiempo de los abuelos.
Nada de eso existe ya.

Por inercia mental lo sigues llamando capitalismo,
pero esto que vivimos tiene tanto de capitalismo
como un cadáver tiene que ver 
con esa vida que alguna vez contuvo.

Es otra cosa y no por eso mejor.

Como una serpiente que ha mudado su piel,
no defiende la familia ni la moral
y mucho menos la religión, la patria o las naciones,
todo eso que, según los eruditos, le era consustancial.
Por el contrario, esas son sus víctimas de diseño.
Logró cambiarlo todo para que nada cambiase.
Y sí, es absurdo,
pero funciona.

Se escuda detrás de la lagrimita retrospectiva,
detrás del "nunca más" y del "yo también",
detrás de la acción afirmativa,
detrás de las vidas que importan más que otras,
detrás de la cofradía de las víctimas,
detrás del eufemismo constante,
detrás de la empoderada clientelizada,
detrás de las minorías,
el vulnerable hecho a medida y la cancelación,
detrás del vandalismo autorizado,
la rodillita en tierra y el bobalicón "am sorry",
detrás de las disculpas y las reparaciones,
detrás de los derechos sin deberes,
detrás de la diosa tolerancia y sus múltiples amantes,
detrás de la neolengua,
detrás de la descolonización colonizante,
detrás de la teoría crítica de la raza,
detrás de los pronombres impronunciables,
detrás del aborto banalizado,
detrás de las escuelas decidiendo la decisión de tus hijos,
detrás de las caravanas financiadas de inmigrantes,
detrás de la democracia emputecida,
la democracia del número por el número y para el número,
detrás del relativismo cultural,
detrás del progresismo maltusiano,
detrás del etnonacionalismo,
detrás del género y las identidades,
detrás de las agendas,
detrás de las primaveras,
detrás de la ultraderecha y detrás de la infraizquierda,
detrás de los filántropos,
detrás de todo eso de lo que no se habla,
detrás de la mentira omnipresente.

Detrás…
siempre detrás.

Con tanto amor a la otredad,
a lo diferente,
a lo incatalogable, transgresor,
a lo fluido,
a lo líquido,
no es raro que el mismo “sistema” sea trans.
Toda resistencia es fútil
porque cualquier resistencia recibe patrocinio
de eso contra lo cual se rebela
o dice rebelarse.

¿Una farsa?

Sí, sin ir más lejos.

¿Cómo pudo pasar?

Es difícil saber
pero algo podemos deducir.
En algún momento entre el final de un siglo 
y el comienzo del otro
empezó esta evolución hacia el abismo.
Al final siempre todo habrá de reducirse 
a una lógica aplastante:
en todas las reinvenciones sociales 
hay perdedores y ganadores.
Un anciano que haya currado toda su vida
hará cola en un banco de comida
mientras pueda sostenerse.
Un teenager sin más mérito que haber desarrollado 
una app para tele-masturbarse
podrá vivir el resto de su vida
sin penurias ni estrecheces.
Del mismo modo que, ateniéndonos al dogma 
del materialismo histórico,
la esclavitud no sucumbió ante los esclavos rebelados
ni el feudalismo al empuje de las masas de siervos,
y como era de no esperarse,
los obreros (en el caso que nos ocupa),
no lograron suplantar al viejo orden burgués.
Así llegamos a este punto
de no saber ni dónde estamos.
Obreros en el sentido estricto
debes buscarlos donde se fueron las fábricas.
Es difícil destruir al mismo sistema
que emite los cheques de esas ayudas 
sociales o subvenciones
de las que tantos dependen.

Hoy, como ayer,
es imposible hacer una tortilla sin huevos.
@


Como eunucos urgidos por un falo
que colocarse en el sitio 
donde no hallan sus vergüenzas,
así van por el mundo
(el tercero, el hambreado, el perpetuo colapsante)
buscando una excusa,
buscando esa bandera,
bandera de justicia 
que otros empuñarán por ellos,
los progresistas gringos 
y residentes amantes del oprimido.
Como el príncipe Gautama escapado del palacio,
quieren ver la miseria,
quieren vivir como el pueblo por un ratico.
Luego habrán de volver a su jaula de oro
a restregarle a esos, los otros privilegiados
que carecen de altruismo,
su indiscutible moral superiority.

Aclamados artistas,
eminentes profesores,
reconocidos intelectuales,
los sabios de nuestro mundo.
Profesionales todos del tibiri tabara.

Resistencia,
justicia,
revolución,
postcolonialismo.

Tales son las palabrotas que gritan
cuando eyaculan.
@


Voraz,
el esperpento 
postmoderno 
cabalga.
Nada vuelve a crecer 
allí donde deconstruye.

La fuente abracadante 
teórica de todo discurso 
legitimatorio e intimidatorio,
supositorio 
de un poder que es discurso,
imperio del tropo 
para el cual 
la verdad no pasa de ser 
un concepto obsoleto,
indefendible,
indemostrable,
en desuso,
cabalga y recorre 
como un fantasma el mundo,
como un peo silencioso, 
de esos letales,
de los que no hacen ruido.
Se disfraza 
de Quijote 
aunque solo 
sea creíble 
su yelmo de Mambrino,
fabrica 
primaveras
y es docto en la teoría 
crítica de todo 
lo habido e imaginable.
Deshace 
los entuertos 
y las microagresiones,
generoso paladín de las doncellas 
deconstruidas y microvíctimas.
Es el amo 
del caos y nos vende 
seguridades patentadas
contra ese mismo caos.

Él, el diluyente 
más efectivo e implacable 
de todo lazo social,
nos distrae con su inventario 
de molinos de viento
y su circo de atracciones 
al que ha denominado 
pomposamente justicia,
aquel que, por principio, 
no cree en ella
en el colmo de su burla 
a esa tan
cacareada señora 
en tanto que constructo 
de un poder 
que se niega a sí mismo 
con el loable fin
de seguir siendo.

Nada tendremos
y seremos felices
porque nuestra misma felicidad 
llegará a definirla un algoritmo.
En su mano, un estandarte donde brillan 
tres palabras muy bonitas:
Inclusión donde decía Libertad,
Equidad donde estuvo la Igualdad,
y allí, donde dijo 
alguna vez Fraternidad 
dice hoy Diversidad.
Palabras 
conmovedoras sin duda.

Es fatal 
oponerse al progreso
—nos lo recuerdan ellos, 
los que establecen 
la verdad y la mentira.
Son el progreso
y, cerrando el silogismo,
se deduce en consecuencia 
que oponerse a sus pronombres 
esquizoides sea fatal
dado que es eso el progreso:
su visión.

Voraz,
el esperpento 
postmoderno 
cabalga.

Quien cabalgue con él
podrá contarse entre los elegidos,
los que viven en el lado correcto de la historia,
o mejor debí decir,
la posthistoria.
En el río dialéctico que fluye 
hacia la cuarta revolución industrial,
esa, la tan cacareada,
la que hará de nosotros 
los amos de unas máquinas
que tendrán el poder 
de aniquilar nuestra esencia,
oponerse al progreso es fatal
—ya lo sabemos,
pero al menos yo,
y aunque no sirva de nada,
me opongo.
@


Gotham City está en manos del payaso;
el payaso hace la ley,
reparte el pan entre la plebe
y Batman es su empleado,
aunque pueda eventualmente hacer 
declaraciones en su contra
y lanzar unos tiritos al aire
para que no pierda interés el circo.
@


Tal vez no existe conspiración
en el sentido de seis o nueve viejos 
más malos que el odio,
sentados a una mesa tejiendo 
la conquista del mundo
y dejando anotados 
en unos protocolos 
sus terribles ordenanzas
para, de paso,
facilitar a los buenos 
la tarea de descubrirlos 
y desenmascararlos.
Demasiado infantil.

Quizás es peor,
quizás se trate 
de la siempre aterradora
complicidad (conspiración)
de un poco de intereses demasiado 
poderosos para caer
y que confluyen,
con un algo de mucha estupidez,
entre las masas de borregos.
Respiran juntos.
Una conspiración tan obvia 
que transcurre a plena luz del día.
No está oculta,
nunca lo ha estado.

Nada personal.

Todo eso que ha dado sentido al mundo
tal y como lo conociste
es obsoleto y debe cambiar,
debe morir para el bien 
de todos... ellos.
Familia, religión y patria
son piedras,
molestas piedras en sus zapatos.

Nada personal,
compréndelo.
@


Dices: «aquellos que no conocen 
los errores del pasado
parecen condenados a repetirlos».

Yo digo más.

Aun cuando los conozcas,
terminarás por repetirlos.
Libertad y seguridad son ideales excluyentes
y, en la búsqueda de uno,
las sociedades humanas sacrifican al otro.

Y digo más aún.

No existe una lucha más presente
que aquella de los partidos políticos 
por revisar el pasado
e imponer su versión de cómo 
se llegó a este momento presente,
de cómo fueron buenos, buenos, buenos
mientras los otros fueron malos, malos, malos,
porque de eso se trata en esencia:
de que la historia te haga un guiño para seguir adelante,
porque aquel que conquista el pasado
es el dueño del futuro.
@


De los despojos del Imperio Otomano,
las potencias vencedoras prometieron 
otorgar a cada pueblo su lugar bajo el Sol.
El hombre enfermo de Europa parecía 
haber terminado felizmente su existencia.
De los despojos del hombre enfermo,
los árabes y turcos dibujaron 
sobre el mapa del mundo 
entidades nacionales.

Nadie pensó en los kurdos 
ni en su patria prometida.
Dividieron su tierra
y el mundo miró por una vez más en otra dirección.

Kurdistán:
muchas personas no saben dónde está ni les importa.

Ya tienen suficiente 
con esa porción de interés o compromiso
que dedican a aquellos a quienes 
los medios de confusión masiva 
consagran como víctimas.
Es cierto,
los kurdos nunca han logrado 
patentar ningún producto cool 
(estéticamente hablando)
para exhibir en los eventos solidarios.
Muy a pesar de su hermosa bandera,
nadie excepto un kurdo la utiliza.

A nadie parece importarle Kurdistán.

Y sin embargo,
hay tanta verdad en este pueblo
que ha resistido por muchísimo más tiempo del que tolera la memoria,
la crueldad y depredación de sus vecinos,
que uno no puede menos que anhelar a su doliente,
su desmembrada e ignorada patria
finalmente un lugar en el mapa del mundo.

El hombre enfermo está de vuelta.
No dio su último suspiro ni descansamos en paz.
Sólos, los kurdos le hacen frente
mientras nosotros miramos 
por una vez más 
en otra dirección.
@


Nunca lo olvides:
el color de tu piel determina 
no solo que puedan discriminarte a causa de ella,
sino, además, lo más sorprendente,
puede implicar que un individuo,
al que tú como persona no puedes importar menos,
étnicamente blanco (si es que tal cosa existe),
exento de melanina,
de ideología,
pongamos progresista,
eso que llaman un social justice warrior,
con un problema sin resolver con sus ancestros,
incapaz de tolerar su propio privilegio
pero incapaz al mismo tiempo de vivir 
sin ese mismo privilegio del que abomina,
habrá de atribuirse el derecho 
de explicarte lo que debes sentir o pensar,
de decirte quiénes son o no tus "hermanos",
de educarte sobre el bien, sobre el mal,
de llamarte traidor, sin ir más lejos 
(si es que no estás de acuerdo 
y en perfecta armonía)
a ese color,
a esa cosmovisión pigmentaria
que, muy según él, te define 
en su catálogo pantone 
de opresiones y agravios 
sistémicos a erradicar.

¡Uufff!
Le ronca los cojones,
así de simple,
perdón,
quise decir colores.
Debe ser culpa del corrector...
@


Su mutilado cuerpo fue colgado de una columna
para escarmiento de infieles,
musulmanes apartados de la "correcta" senda
y mayor gloria de "eso", lo que sea,
que ellos, los hombres y mujeres del DAESH,
en sus mentes primitivas y sus almas degeneradas,
llamen Dios.

Es difícil no odiar a unos cobardes
que asesinan a un anciano de 80 años.

El Estado Islámico le dio la oportunidad 
al doctor Asaad de salvarse
si accedía (si tan solo accedía) 
a entregarles los tesoros 
arqueológicos de Palmira.

—¿Por qué tanta terquedad, señor Asaad?—
—¿Qué pueden importar unas cuantas piedras rotas,
cuyo único destino se debate 
entre ser destruidas o vendidas?—
—¿Por qué negarse, doctor Asaad?—
—¿No se da usted cuenta acaso de que está escrito
el regreso de la ley y la espada del profeta?—
—¿No es acaso también usted un musulmán?—

Pero el doctor Asaad guardó silencio
y le cortaron su cabeza
y colgaron su cuerpo de la primera 
columna que encontraron disponible.

La atención del mundo, 
cuando se trata del Medio Oriente,
no solo es efímera
sino también muy, pero que muy selectiva,
y el doctor Asaad,
el valeroso e irremplazable arqueólogo
que dedicó su vida al patrimonio cultural de su país,
estaba solo frente a la muerte.

Colgaron su mutilado cuerpo de una columna,
pero el doctor Asaad vivirá todavía
cuando las vidas miserables de todos 
sus miserables asesinos
sean solo un rumor.
@


Se dijeron ellos mismos (tras conquistarla)
que su dios les había dado 
esa ciudad y esa tierra.

Los cristianos,
cuando la hicieron suya,
prefirieron olvidar que su mesías 
no era un invento propio
y culparon retrospectivamente a todos 
los judíos de haberle matado,
como si aquel no hubiera sido, 
a fin de cuentas, otro israelita.

Los árabes, astutos advenedizos,
al llegar y conquistar
se dieron cuenta de que no podían ser menos
y decidieron que su profeta 
se había ido a hablar con Dios
desde esa misma ciudad,
montado a un animal con cabeza de mujer,
y para rematar la broma recordaron 
ser ellos los descendientes del filisteo,
o mejor, aquellos 
habitantes originarios
de quienes los judíos tomaran esa tierra
que los tres ingredientes de este drama, 
por diferentes motivos, llaman santa.

Curiosa manera de entender la santidad,
la de unos y otros.

Así, mentira sobre mentira,
relato sobre relato,
muerto sobre muerto,
sangre sobre sangre,
piedra sobre piedra,
de este muro insoluble de odio y dolor
se construyó el miedo oriente.
@


Ya no soy tan joven
y este conflicto ya era muy viejo cuando nací.

La guerra es un círculo vicioso 
de muerte y venganza.
Lo sabemos
y, sin embargo, 
no deja de golpearnos.

Bestia, víctima o viceversa:
parecieran ser los polos
de la condición humana.

Bestia, víctima o viceversa.
Todo depende del momento 
de la noticia y de la masacre.

Bestia, víctima o viceversa.
Todo depende del momento en que se sea
una cosa o la otra.

Y es que la génesis de la bestia
es su propia y pasada victimidad,
puesto que el sufrimiento es un premio
que otorga impunidad y excusa,
exonera de toda culpa,
responsabilidad moral
o la más mínima empatía 
por los otros,
las victimas de turno.
Es difícil buscar humanidad 
en los ojos de una bestia
y sin embargo, la encontrarás
si eres capaz de mirar bien
venciendo la repulsión.
Habrá quien se ofenda 
porque he llamado bestia 
a su arquetipo 
de violencia justificada.
No me excuso.
Habrá quien incluso
probablemente responda:
—¿Por qué no te acuerdas 
de aquello que les hicieron a ellos
no hace mucho o les han 
venido haciendo 
desde la guerra aquella
del mes tal, año más cual?—;
sin que nos falte 
el inmediato resorte de otra voz
rememorando eso que hicieron 
ellos sobre los otros 
en tal o más cual fecha,
y ahí es que va a saltar 
como una liebre el susodicho
defensor de los ellos,
recordando amargamente
que hicieron a su vez los otros
en sangrienta respuesta a lo que ellos 
hicieran contra los otros,
y que aquellos hacían 
en respuesta no menos sangrienta
a lo que ellos previamente 
ya habían hecho contra los otros,
mientras los otros 
no hicieron más que responder 
a lo que ellos contra los otros 
habían hecho, y así, 
sucesiva, retrospectivamente
hasta el momento aquel en el que ellos 
no eran más ellos 
sino los otros.

Bestia, víctima o viceversa.
Todo depende del momento en que se sea
una cosa o la otra.
O ambas inclusive.
@


Las banderitas 
de un pueblo y otro
se agitan en tu ciudad 
y en muchas otras,
mientras ellos 
(los militantes
de un lado y otro)
se enfrentan verbalmente,
buscando complicidad 
o simpatía para su causa.
La estrella de David 
versus la media luna de Mahoma
reciclada en melón 
rojiverde hasta la náusea, 
ataviada de kaffiyeh 
y puño en alto a la moda.
Símbolo contra símbolo,
narrativa contra 
narrativa.

Allá lejos
desde el río
hasta el mar
en un lugar 
que tal vez nunca
visitaré
los misiles,
el caos,
la barbarie,
los escombros y la muerte
para mayor gloria de un Dios 
que debe estar dormido.

Imágenes de niños que han muerto 
o han de morir,
y solo importan 
si son los niños de los buenos.
Imágenes de criaturas que han muerto 
o han de morir,
y que no importan si son 
las criaturas desechables de los malos.

Buenos, malos 
y otra vez buenos
y otra vez malos
y otra vez
¿quién lo define?

Artistas e intelectuales del mundo entero
romantizan una barbarie
que no pueden comprender
y mucho menos asumir.
La palabra justicia 
es como miel en sus labios.
Enjuician
aquello que no tendrían
estomago de afrontar.
Condenan
decisiones que nunca
habrán de verse forzados a tomar.

La palabra justicia 
tiene ocho letras,
siempre en primera línea 
de la consigna.

La palabra justicia 
es octosílaba.
Palabra llana.
No se acentúa.
@


Si un niño tira una piedra 
contra un tanque
y tú lo ves 
estando, como estás,
lejano, a miles de kilómetros 
del lugar donde eso ocurre,
no es solo porque su padre 
lo permita (en el supuesto caso 
de estar vivo),

sino porque además 
un periodista estuvo allí,
casualmente, agazapado 
tras su cámara,
e indicó, sugirió, le hizo saber 
a esa criatura 
cómo hacer para quedar inmortalizada 
para mayor orgullo de su pueblo y su causa,
en una imagen que todos vemos 
justo al medio de la composición
y lograr una foto realmente inspiradora
para que conozca el mundo 
el valor de ese niño, 
la barbarie de aquellos 
militares en ese tanque de guerra
que a pocos metros se dibuja 

justo atrás
(justo adelante),
injusto al medio
de comunicación,

y cuán terrible 
situación la de ese sitio
donde un valiente periodista puede 
no solo poner en peligro 
la vida de una criatura
sino captar el momento para genuina 
satisfacción de tanto pero tonto consumidor 
sediento de heroísmo subrogado,
detenido en el tiempo,
perpetuado, con toda nitidez,
en el mejor de los ángulos posibles,
una foto demasiado 
perfecta para ser 
perfectamente casual 
(después de mil repeticiones 
no existe lo espontáneo),

justo atrás 
(justo adelante),
injusto al medio 
del lanzador de piedras

y poder regresar sin un rasguño 
a su zona de confort,
lejos, muy lejos,
y tal vez hasta ser galardonado.
@


Si partimos de que en política 
nadie dice la verdad,
algo tendremos claro para empezar.

Por eso me desconcierta el extraño argumento
de que unos digan la verdad por la misma razón 
que mienten otros:
porque esa tierra 
“les pertenezca”, según dices.

Si te digo que Pinocho no come cerdo,
seguramente te sentirás ofendido
y sin embargo, es verdad.

No importa,
no emito juicios de valor,
solo constato 
el hecho de que taquiya y hasbara
son productos similares,
armas contra un adversario 
por y para un público 
que somos todos nosotros,
los infieles,
los goyin o los kufar de todo el mundo,
los comedores de puerco,
los tontos útiles,
los que en el fondo no tenemos 
ya ese estómago de nuestros antepasados
para ver tanta sangre,
sea cristiana, halal o kosher,
sin inmutarnos,
sin buscar una razón,
sin encontrarla.

Armas verbales,
intangibles,
sintácticas,
armas como la media verdad,
como la media mentira
y como la media luna.

Complicidad,
solidaridad 
son palabras que riman.
@


La respuesta va a ser que está peor.

Cuando preguntes sobre la isla
donde nacieron tus padres,
donde murieron tus abuelos
y donde 
no van a morir ni tú, ni tu dolor,
y mucho menos tus hijos,
la respuesta será que está peor.
Así, sin paliativos.
Está peor, rotundo y simple.
Por eso ya ni pregunto.
Lo dicen todos los que salen.
Lo disimulan todos los que ahí siguen.

La misma respuesta,
año tras año,
desde el día que te fuiste.

Alguien más que conoces 
se habrá muerto,
algún otro balcón se habrá caído,
alguien más que no recuerdas 
habrá logrado marcharse
y ahora mismo, en algún sitio 
del ancho y ajeno mundo,
pensará en Cuba,
esa herida que no cierra
y que llevamos en el pecho.
@


Lo que el "pueblo cubano" 
ha demostrado precisamente
es que no existe tal cosa 
como un "pueblo cubano" 
en el sentido que muchos lo imaginan,
del que puedes hablar en singular,
como apéndice obediente del poder:
muñecos de cuerda programados para aplaudir,
gritar consignas contra quien se les ordene
y regresar, obedientes, al cajón de los juguetes.

Al menos eso ya se terminó.
Tendrás que usar plural, te guste o no.

Parte de esos muñecos ya no aplauden, 
tiran piedras.
Parte de esos muñecos gritan consignas 
contra quien les parece.
Parte de esos muñecos reclaman su identidad
como personas que pueden estar o no de acuerdo,
que pueden llegar a ser desobedientes.

Otra parte, por supuesto, 
habrá de seguir igual,
como en todos los gobiernos,
como en todos los países,
como en todos los pueblos.
@


Pienso en personas como mi madre
que ofrecieron, olvidándose de ellos mismos,
lo mejor de sus vidas (hasta perderlas)
a ese proceso que muchos denominan 
revolución cubana.

No me refiero (que conste) a los tantos 
vividores y aprovechados,
los sinvergüenzas de toda la vida,
esos que hoy tienen 
lo que tenían que tener.

Hablo, muy por el contrario, 
de ese creyente honesto,
ese infeliz que terminó por ser 
la víctima principal de una falsa deidad 
y su mesías grandilocuente,
ese del que hoy descansamos 
mientras sueña 
lo que le queda de muerte 
bajo una piedra.

Ustedes, seres queridos, murieron a tiempo.
No llegaron a ver que esa patria
a la que tanto amaron
terminaría por convertirse en una finca 
con traspaso de propiedad incluido.
@


No sólo terminó como Saturno 
por devorar a sus hijos 
la señora Revolución.
La pobre anciana antropófaga
 
tenía tanta, 
pero tanta voracidad,
que ni siquiera perdonó 
a sus mismísimos nietos.
@


(A mi inolvidable suegra platónica, Lourdes Pastor, que en paz descanse.)

Vivo en la isla de Siempre Jamás.
Creí que me había ido, pero es mentira;
vuelvo en mis noches sin tener 
que actualizar el pasaporte.

Vuelvo a mi país lleno de ausencias,
vuelvo a mis ausencias 
tan llenas de país.

Despierto y otra vez 
la realidad me juega una mala pasada.
Como una broma grotesca,
como orinarte en la cama,
como caerte de bruces o despingarte, 
loma abajo, en una bicicleta.

Así de simple.
Habito en un confín boreal del mapamundi 
en el que nunca pensé morir.
Casi es seguro que así sea más tarde o más temprano, 
si es que existe la entropía.

Vivo, si así puede decirse,
con el corazón íntegro, dolido, 
genuinamente extirpado,
con las venas ancladas a ese otro mapa,
el que traza la memoria afectiva.

No fantaseo con volver; nunca me he ido.
En realidad, nunca me fui de mi terco país,
de los muertos que amo nunca he partido.
Fue tan solo mi cuerpo.

Vivo en la isla de Siempre Jamás.
@


Aún, tambaleándoseme 
el credo comunista de mi infancia 
y temprana adolescencia,
pregunté a mi padre 
si todo aquello 
que estábamos viviendo 
(el colapso del imperio soviético)
no era el fin "de los sueños".

(Sí, reconozco lo estúpido 
de semejante frase, no me disculpo,
todavía mi lengua no se había emancipado 
de ese pajizo, melodramático vocabulario
implantado en mi cabeza a sangre y fuego).

Y él me respondió con una simple, 
demoledora pregunta:
«¿Por qué hay que seguir soñando?»
@

En el billete de un peso
siguen entrando 
a La Habana 
los barbudos.
Lugar con el que aún, 
de vez en cuando, 
sueño.

No era aún la ciudad 
de paredes exhaustas,
de pigmentos desleídos,
de columnas ausentes 
y letreros orwellianos.
No era aún la postal 
de esa extraña posguerra,
de balcones inminentes,
de derrumbes anunciados,
no era aún los escombros 
ni la grieta en el sueño,
pero el mar, nuestro mar,
era el mismo.

Mucho antes de existir 
ese gris regodeo,
esa mueca esteticista 
en lo precario,
ya La Habana 
era su ejemplo más perfecto.
Mucho antes
de que nuestra 
civilización 
occidental accidental
nos camuflase 
su creatividad perdida 
con nostalgia
o eso que llaman en inglés 
distressed style,
fuese un grito en la moda,
ya la urbe era la sombra 
de un algo que alguna,
no muy lejana vez, había sido.

Bastantes de los que hoy 
son llamados gusanos
reclamaban paredón para los otros.

Hay quien dirá que fue 
una fiesta luminosa,
y habrá quien recuerde 
una orgía algo macabra.
Los hijos de los unos 
y los hijos de los otros
no habíamos nacido.
Y sí, con toda seguridad,
de haber estado vivo 
yo habría sido otro rostro,
uno más, quizá uno menos,
grano de masa sin nombre 
desfilando en el billete
hacia la patria, 
hacia la muerte.

No era aún la nostalgia 
de los carros del 50,
pero el mar, nuestro mar, 
era el mismo.
@


Afuera.
Así llaman mis paisanos 
al mundo que se extiende 
más allá del Malecón.

Por el ojo de una cerradura
recrean con fragmentos 
de su propia imaginación
y las medias verdades 
y las medias mentiras de los otros
su imagen del mundo.

Ha pasado tanto tiempo...
Mis ojos se cruzan con otros ojos que buscan.
Tienen esa insolencia 
tan afable de la gente de allá.

Escucho y la voz confirma mis sospechas.

No había tantos cubanos cuando vine 
hará ya veinte inviernos —les comento.
Las balsas no llegaban tan lejos —bromeo.
¿Te gusta? —me preguntan.
Uno se adapta —miento.
No quiero sabotearles el coraje
y, además, no son intelectuales.
Se merecen una vida tranquila 
y sin preguntas.
Llevan poco tiempo.
Confían en poder sacar a la familia.
Ojalá que lo logren.
De corazón 
les deseo buena suerte.

Yo también dejé mi casa para siempre
con la tímida ilusión de que ese siempre
no me fuera tajante
cuando un pájaro gris 
de metal
cumplió mi sueño 
de llevarme a conocer 
cómo era el mundo afuera.

Hay quien dirá que Cuba es un paraíso
(un paraíso en el que, 
por supuesto, 
no querrán vivir).

Hay quien dirá que Cuba es un infierno
(cómoda referencia de fracaso para unos,
indirecto y cínico beneficio para otros).

Hueco negro, 
hueco blanco,
piedra 
y camino 
para mí.

La gente solo busca confirmación 
de lo que piensa o cree saber.
Yo digo que es todo eso y más.
Yo digo que es simplemente mi país
y la pregunta más que probable 
de mis hijos.

Y digo que la verdad es mucho más,
pero muchísimo más gris
que el fuselaje de ese avión 
en el que vine 
a este lugar llamado afuera.

Y si buscaba libertad cuando me fui,
la única que he podido conquistar
es la de no verme forzado a decir
lo que los otros puedan querer 
o necesitar que yo diga.

Tuve el raro privilegio,
el privilegio macabro,
de nacer y vivir en una 
distopía analógica
y de asistir contra mi voluntad
al nacimiento de otra 
digital y globalista.

Podría escribir un libro al respecto,
pero nadie (ni siquiera yo mismo) 
querrá leerlo.
@


Franquicias,
victimidad a buen precio
para quien quiera comprarla.

Una forma de vida.

¿Quién pudiera resistirse
a semejante oferta?

Distopía en progreso,
por no decir,
progresista.
@


Valiente mierda
crear un circunloquio
uno tras otro,

suponer que has logrado
cambiar el mundo
por cambiar el lenguaje.

Vivir de eufemismos
para morir de realidades.
@


Dícese
del arte
de alcanzar fines
muy personales
con pretexto 
del bien común.
@


Cuestionarse
el carácter represivo del Estado
es algo similar
a cuestionarse
la probable utilidad
en los colmillos de un tigre.
@


Cuba,
ese país imaginario,
tiene muchos amigos.

La necesitan,
ella es su excusa.

Cuba es eso:
una bandera
de un algo que solo existe
en el sueño de sus amigos.

Los cubanos,
para ellos,
son parte del decorado
de ese sueño.

Los cubanos,
ese país real,
el de adentro,
el de afuera,
sólo se tienen
de amigos
a sí mismos.
@


Extraña dinámica
la de una revolución:

devora a sus hijos
antes de terminar
por devorarse a sí misma.

De cualquier modo,
es historia,
es histeria pasada.

Absorbe,
no absuelve.
@


Ya no lo espero
ni lo busco.

Me conformo
con que el que existe
no vaya a más.

Eso se llama experiencia.
@

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