Algunos años antes de abandonar Cuba mi madre y yo decidimos traer a mi abuelo desde el Camaguey donde habia pasado toda su vida hasta la Habana donde viviamos. Mi abuela Sara habia muerto recientemente y pensabamos que tenerlo con nosotros era la mejor solucion para hacer su pena mas llevadera. Cuando finalmente logramos convencerle de que pasar un tiempo con nosotros le vendria bien él no podia imaginar que esa seria la ultima vez que el veria la casa en la cual habia vivido toda su vida desde que se casó con mi abuela. La misma casa donde mi madre habia nacido en 1943. La misma casa donde yo pasé los momentos mas entrañables y extrañables de mi niñez.
Finalmente vendimos esa casa algun tiempo despues durante ese largo periodo que vivimos juntos y cuando terminó por hacerse evidente (incluso para él mismo) que donde mejor podia estar era con nosotros. El tiempo creó un modus vivendi en el que compartimos la profunda tristeza de abuelo, su deseo explicito de "descansar"de una vez y por todas asi como su increible fortaleza, la soledad de mamá pero tambien su sentido del humor y su generosa integridad, mi decepcion prematura con la existencia y mi deseo de largarme del pais que me habia visto nacer.
Cuando dejé el pais o mejor dicho cuando el pais me dejó ir finalmente, mamá permaneció cuidando de abuelo hasta que este murió y poco despues murió ella. Abuelo murió lejos de su ciudad pero al menos tuvo la suerte de que mi madre cuidase de él hasta el último de sus dias. Mamá no tuvo esa suerte. Yo sólo vine a conocer la gravedad de su estado cuando ya era demasiado tarde y estaba lejos, muy lejos. Cuando pienso en la grandeza de mi pais pienso en cosas como esas, un anciano que nunca simpatizó con la RRRevolución, atendido fielmente hasta sus ultimos dias por una mujer que desde su juventud se entregó a la construcción de lo que le vendieron como un mundo mejor. Padre e hija. Mi abuelo y mi madre.
Uno de nuestros parientes se ocupó de la cremación del cadaver de mamá y depositó las cenizas en el cementerio de Camaguey donde tambien estan abuelo y abuela.
La última vez que pude viajar alli, sorprendentemente para mi, tuve mas interés en visitar la casa de mi abuelo que mi propia casa en la Habana.
Pedí permiso a los nuevos dueños para ver la casa por dentro. Fueron muy amables y me dejaron entrar despues de una breve explicacion. Todos los vecinos me recordaban. Digo los nuevos dueños porque desde el tiempo en que la vendimos habia cambiado al menos dos veces de propietario. Ellos entendieron y respetaron que para mi, un total desconocido para ellos, esa casa representaba algo muy especial. Nada era ni remotamente cercano a mis memorias con la excepción de la fachada. La escrupulosa pulcritud de mi abuela Sara algo impensable para quien viese el numero 321 de la calle Raul Lamar entre Bembeta y Desengaño en su nuevo estado. Polvo, suciedad, depauperación por todas partes. El soleado espacio del patio interior convertido en una especie de barracón mugriento producto de los avatares de nuevos espacios de dormitorios creados sin mas criterio que el de albergar mas almas. Ni una sola pared sin tumores de humedad ni cicatrices caprichosas en su superficie. Ni una sola esquina sin telas de araña. El sitio junto a la puerta donde estaba el sillón de mimbre de mi abuelo dolorosamente vacio. La vida se impone, -pensé- en sus mas arbitrarias formas de ser, la vida se impone.
Los habaneros se van del pais, los provincianos se van a la Habana y si pueden y les dejan, tambien se van del pais. Los habitantes de los lugares mas miserables emigran a los lugares menos miserables que encuentran vacios. Asi es la vida. Un ciclo que no termina.
No tomé una sola imagen aunque mi idea original habia sido esa y para ello llevé una cámara. Conversamos un rato amigablemente los nuevos propietarios y yo. ¿Asi que eres el nieto de Juanillo, el carnicero? -me dijo uno- Todos aqui lo recuerdan -precisó el otro-. Fueron muy amables en todo momento, como solo lo saben ser la gente de mi pais. Senti una tristeza infinita por mi y por mis recuerdos. Los cubanos no tenemos el derecho de que se nos elogie por nuestra nostalgia, ese monopolio rioplatense, o por nuestra saudade, esa franquicia lusitana. Eché un ultimo vistazo a la que habia sido la casa de mis abuelos. La misma casa donde mi madre habia nacido en 1943. La misma casa donde yo pasé los momentos mas entrañables y extrañables de mi niñez.
Les dije adios y me fui.
Este texto se basa en una composicion escrita para English Second Language en 2015
ReplyDeleteTHE VISIT
Some years before I left Cuba my mother and I brought my grandfather from his hometown, Camaguey to Havana, the city where we lived. Grandmother had just passed away then and we thought it would be the best solution being together in order to make the grief of grandfather more bearable. When finally he agreed to move to Havana, he didn't imagine that this would be the last time he would see the house he left in which he had lived all his life since he married grandmother, that same house where my mother was born, the same house in which I spent so much of my childhood.
Finally we sold that house some time after during that long period we spent together. The time created a modus vivendi in which we shared grandpa's deep sorrow but also his amazing strenght, the loneliness of mum but also her sense of humour, her kindness, and my dissapointment with life, my longings for flying out the country in which I was born.
When I left the country for good, my mother remained taking care of grandpa, until he died far away from his hometown but at least with somebody by his side. My mother was not so lucky. She died shortly after, alone. I only knew about her sickness when it was too late to do anything.
One of our relatives took care of the cremation of her body and buried the ashes in the local cemetery.
When last year I was able to travel there, amazingly I had more interest in visiting grandfather's house than my own house in Havana.
I asked to the new owners if I could see the house. They were gentle and let me in after a brief explanation. After we sold that house it changed ownership at least twice. They understood that for me, a stranger to them, that house represented something very special. Nothing there was even close to my memories. The scrupulous cleanliness of his house, vanished. Dust, dirtiness everywhere. The sunny space of the inner yard turned into a dungeon atmosphere because of a new room built quickly and clumsily in order to accept one or more additional dwellers. There was no wall without scarfs, no corner without spider webs. The place where grandfather's armchair used to be was painfully empty.
I didn't take a single picture even though I brought a camera with me. I spent probably half and hour in small talk with the new owners. I felt gratitude towards them and sadness for myself and my memories. I gave a last glance to that house in which grandpa had lived all his life since he married grandmother, that same house where my mother was born, the same house in which I spent so much of my childhood.
I said bye and then left.