Friday, March 25, 2022

DIOS Y LAS PIERNAS DE ABUELA

Mi abuelita Sara tenia las piernas llagadas. La piel en ellas estaba cubierta como de ulceras y como escamada producto de las varices. En esa etapa de mi vida yo iba todas las vacaciones donde mis abuelos en Camaguey. Mi abuelo Juan y mi abuela Sara cuyo verdadero nombre era Irene. Mi abuelo Ignacio, sus padre, era un inmigrante gallego y recibia en la casa donde crecieron ella y sus hermanos y hermanas a otro gallego que si mal no recuerdo se llamaba Avelino. Este Avelino cuando ella era niña y siendo visita regular se empecinó tanto en llamarle Sarita esto y Sarita lo otro que todos terminaron por conocerla como Sara Lamas. Abuela, producto quizas de la sensacion de verguenza que ver sus piernas en ese estado le debe haber producido terminó por convertirse en uno de los seres mas escrupulosamente limpios que he conocido. Abuela creia en Cristo. Yo le preguntaba que como era posible que si Dios fuera tan bueno permitiese que ella tuviese las piernas tan mal. Ella me respondía algo parecido a que los misterios de Dios son insondables. Yo no tenia ese radicalismo producto de algo que mis padres me hubiesen enseñado pero supongo que eso estaba en el aire que se respiraba. Por supuesto que en la doctrina marxista que se habia implantado desde antes de yo nacer, el infame numerito de Marxyengels de que la religion era el opio de los pueblos era una piedra angular. En mi estupidez infantil adoctrinada no se me pasaba por la cabeza entender que lo unico que sostenia a mi pobre abuela era la creencia de que de algun modo habia un Dios bueno y justo en algun lugar. Esto no paró ahi. Un dia fui a verla a la casa de su hermana Luz Marina y estaban leyendo la Biblia. Me acuerdo como ahora de la imagen en el libro. La crucifixion de Andrea Mantegna. Comenzé a despotricar como un energumeno de que Dios no existia y de que la religion era el opio de los pueblos. Hice pasar un mal rato a mi querida abuela delante de sus hermanas que me miraban como lo que yo era, un niño endemoniado. Nunca me he perdonado por aquello.